Lo que está en juego en Patricia Quevedo
Al apreciar la obra de Patricia Quevedo, la palabra juego, adquiere un doble sentido. Por una parte se actualiza la ida clásica de que el hombre, cuando hace arte verdadero, juega a ser un pequeño Dios que repite el momento cumbre de la creación del mundo a través del universo nuevo que crea en su obra. Por otra, surge el sentido, clásico también, de que fue el juego supremo del arte el que humanizó al hombre; el que lo convirtió en homo ludens en hombre que juega, que reinventa las leyes y las relaciones de la vida de la sociedad en la que vive, a través de actividades creativas que unen el mundo de la infancia con el territorio de la realidad adulta.
Todo ello vuelve irremediablemente a nosotros cuando estamos frente a la obra de esta artista. Ella nos regala un universo de color, de múltiples facetas, en el que juega con los juegos que la cultura nos ha legado. Lo de Patricia es un cubo que, desde los inicios de su obra, ha venido rodando, reinventándose una y mil veces en forma y color. Es como si se tratara de un cubo primigenio que empezó a rodar desde alguno de sus cuadros iniciales, hasta convertirse hoy en la sagrada obsesión de una temática.
Y en efecto, el cubo que alguna vez hizo parte de un tablero de ajedrez, en una pintura de pequeño o gran formato, por ejemplo, se liberó hoy de la tela para subirse a una sinuosa estructura de hierro, para convertirse en un carrito de juguete, en un tren, o en esa montaña rusa en la que el nada inocente cubo de Patricia Quevedo rueda en un vértigo de colores que es ante todo el juego serio de una plástica laboriosa llena de taller y de talento.
Miguel Iriarte – Poeta